Un santo de rodillas ve más lejos que un filósofo de puntillas. (Corrie ten Boom)

25.2.15

Iglesia de Paganos, I

El joven sacerdote Joseph Ratzinger, más tarde Papa Benedicto XVI, recién habilitado como profesor ordinario de teología, publicó en octubre de 1958 en la revista Hochland un artículo sobre la situación y el futuro inmediato de la iglesia (http://kath.net/news/43699). Aunque trata de la situación en Europa, me parece que hay suficientes paralelos con la iglesia en nuestras latitudes que me motivaron a hacer una traducción al castellano (que, por cierto, no ha sido fácil porque el lenguaje de Ratzinger es muy pulido. Pido disculpas por si el castellano suena a extranjero). Sigue el texto:

Los Nuevos Paganos y la Iglesia
La des-identificación del mundo (en alemán: Entweltlichung) que le toca hacer a la iglesia en la vieja Europa plantea también la pregunta de ¿qué pasa con los nuevos paganos? Por Joseph Ratzinger

Según las estadísticas de afiliación religiosa, la vieja Europa todavía es un continente casi exclusivamente cristiano. Sin embargo, probablemente no habrá otro caso donde todo el mundo sabe que las estadísticas son engañosas. Esta Europa, por nombre cristiana, se convirtió desde hace unos cuatrocientos años en la cuna de un nuevo paganismo que crece inexorablemente en el corazón de la iglesia, y que amenaza con socavarla desde dentro. El fenómeno de la iglesia de los tiempos modernos es determinado esencialmente por el hecho de que, de una manera completamente nueva, llegó a ser una iglesia de paganos, un proceso que va aumentando siempre más: no como antes, una iglesia desde los paganos que se hicieron cristianos, sino una iglesia de paganos que todavía se llaman cristianos, pero que, en realidad, se hicieron paganos. Hoy en día, el paganismo está en la misma iglesia, y justamente esto es el distintivo tanto de la iglesia de nuestros días como también del paganismo nuevo: que se trata de un paganismo en la iglesia, y de una iglesia en cuyo corazón vive el paganismo. Por lo tanto, en el caso normal, el hombre de hoy puede suponer la falta de fe de su prójimo.
Cuando nació la iglesia, se fundamentaba en la decisión espiritual del individuo de aceptar la fe, en el acto de conversión. Aunque al comienzo se esperaba que ya aquí en la tierra se edificaría de estos convertidos una comunidad de santos, una "iglesia sin mancha ni falta", por muchas luchas tenían que llegar a reconocer que también el convertido, el cristiano, sigue siendo pecador, y que incluso las faltas más graves serían posibles en la comunidad cristiana. Aunque el cristiano no era moralmente perfecto y, en este sentido, la comunidad de los santos siempre seguía siendo inacabada, sin embargo había un fundamento en común. La iglesia era una comunidad de gente convencida, de hombres que habían asumido una determinada decisión espiritual, y que, por lo tanto, se distinguían de todos los demás que se habían negado a tomar esta decisión. Ya en la edad media cambió esto en el sentido de que la iglesia y el mundo se identificaron y que, por lo tanto, el ser cristiano ya no era una decisión personal, sino un presupuesto político-cultural.

Tres niveles de des-identificación del mundo
Hoy en día queda sólo una identificación aparente de la iglesia y el mundo; sin embargo, se ha perdido la convicción de que en este hecho - en la pertenencia no intencionada a la iglesia - se esconde un favor especial divino, una salvación en el más allá. Casi nadie quiere creer que la salvación eterna depende de esta "iglesia" como un supuesto político cultural. De ahí se desprende que hoy en día se plantea muchas veces con insistencia la pregunta si no tendríamos que convertir de nuevo la iglesia en una comunidad de convencidos, para devolverle de esta manera su gran seriedad. Eso significaría una renuncia rigurosa a todas las posiciones mundanas que todavía quedan, para desmantelar una posesión aparente que resulta ser más y más peligrosa porque, en el fondo, es un obstáculo para la verdad.
A la larga, a la iglesia no le queda más remedio que tener que desmantelar poco a poco la apariencia de su identificación con el mundo, y volver a ser lo que es: una comunidad de creyentes. De hecho, estas pérdidas exteriores aumentarán su fuerza misionera: sólo cuando deja de ser un sencillo asunto sobreentendido, sólo cuando comienza a presentarse como la que es, su mensaje logrará alcanzar los oídos de los nuevos paganos que, hasta ahora, pueden complacerse en la ilusión de que no son tales.
Por supuesto, el abandono de las posiciones externas traerá también la pérdida de unas ventajas valiosas que resultan sin duda de la combinación de la iglesia con la vida pública. Se trata de un proceso que se dará con o sin el consentimiento de la iglesia y con el que, por lo tanto, tiene que sintonizar. Total, en este proceso necesario de la iglesia de des-identificarse del mundo hay que distinguir nítidamente tres niveles: el nivel sacramental, el de la proclamación de la fe, y el de la relación personal humana entre creyentes y no creyentes.
El nivel sacramental, antiguamente delimitado por la discipĺina arcana, es la esencia interior propiamente dicha de la iglesia. Hay que volver a dejar claro que los sacramentos sin fe no tienen sentido, y la iglesia, con mucho tacto y delicadeza, tendrá que renunciar a un radio de acción que, en último caso, conlleva a un auto-engaño y un engaño a la gente.
Cuanto más la iglesia pone en práctica este distanciamiento, la discreción de lo cristiano, posiblemente en dirección al pequeño rebaño, de manera tanto más realista podrá y deberá reconocer su tarea en el segundo nivel, el del anuncio de la fe. Si el sacramento es aquel punto donde la iglesia se cierra, y debe cerrarse, contra la no-iglesia, entonces la palabra es la manera de extender el gesto abierto de invitación al banquete divino.
En el nivel de las relaciones personales sería totalmente equivocado sacar de la auto-limitación que exige el nivel sacramental, la consecuencia de un aislamiento del cristiano creyente de los demás hombres que no son creyentes. Por supuesto, habrá que volver a construir entre los creyentes algo como una fraternidad de gente que se comunica que por la pertenencia común a la mesa eucarística se sientan unidos también en su vida privada y que en las necesidades puedan contar unos con otros, en fin, que sean una comunidad de familia. Pero esto no debe llevar a un aislamiento como de una secta, sino que el cristiano pueda ser un hombre alegre entre hombres, simplemente otro hombre donde no puede ser otro cristiano.
Resumiendo podemos anotar como resultado de este primer aspecto: primeramente, la iglesia sufrió un cambio estructural creciendo desde el pequeño rebaño a la iglesia mundial; en el viejo mundo se identifica desde la edad media con el mundo. Hoy en día, esta identificación sólo queda como apariencia que opaca la verdadera esencia de la iglesia y del mundo, y que, en parte, le impide a la iglesia su necesaria actividad misionera. Así que, después del cambio estructural interno, se consumará tarde o temprano un cambio externo para llegar a ser el rebaño pequeño; y eso pasará tanto si la Iglesia consiente como también si se niega a este cambio.

¿Otro camino de salvación?
Pero aparte del cambio estructural de la iglesia, descrito brevemente aquí, se percibe también un cambio de consciencia del creyente que es el resultado del hecho del paganismo dentro de la iglesia. El cristiano de hoy no puede imaginarse que el cristianismo o, más precisamente, la iglesia católica, sea la única vía de salvación. Con eso, desde dentro se hicieron cuestionables lo absoluto de la iglesia, junto con la grave seriedad de su deseo misionero y de todas sus exigencias. No podemos creer que el hombre de al lado, que es maravilloso, dado a ayudar y bondadoso, va al infierno por no ser católico practicante. Para el cristiano promedio, la idea de que todos los hombres buenos se salvarán, es tan aceptada como en tiempos anteriores lo contrario.
Un poco confundido, el creyente se pregunta: ¿por qué se les hace tan fácil a los de fuera, mientras que a nosotros se nos hace tan difícil? Llega a percibir la fe como una carga y no como una gracia. En todo caso le queda la impresión de que, en último termino, hay dos caminos de salvación: para los que se encuentran fuera de la iglesia, a través de una simple moral juzgada muy subjetiva, y el otro a través de la iglesia. No logra tener la impresión de que le haya tocado el camino más agradable; en todo caso, su fe sufre mucho por la existencia de otro camino de salvación paralelo al de la iglesia. Está claro que el impulso misionero de la iglesia sufre enormemente por esta inseguridad interior.

Hasta aquí la primera parte de la conferencia. Próximamente publicaré la segunda.

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